La sustentabilidad de la vivienda aborigen altoandina
La sustentabilidad de la vivienda aborigen altoandina.
Geóg. Eudes A Zambrano A
La sabiduría de nuestros antepasados que impulsa a realizar construcciones acordes al clima y geografía se han vuelto con el pasar del tiempo parte de la memoria colectiva pasando los conocimientos de generación tras generación. En Venezuela contamos con una arquitectura tradicional resultado del mestizaje de los patrones constructivos y materiales traídos por lo españoles y utilizando los sistemas indígenas que lejos de desaparecer tras el proceso de intervención europea y colonización se afianzaron tanto que aún tienen vigencia en nuestros días. Ejemplo es que el bahareque aún se continúa haciendo, y los tradicionales techos de caña amarga y madera cubiertos de paja y teja siguen vigentes.
Las menciones de los Cronistas de Indias sobre los asentamientos y las viviendas indígenas de nuestra tierra durante la Conquista y colonización, y que han fungido como evidencia de la presencia del ser humano en un lugar en específico, no fueron abundantes ni específicas, en vista de la política de destrucción de sus casas para que no volvieran a ellas y obligarlos a establecerse en los pueblos de indios donde las técnicas de construcción, la distribución espacial, los hitos mágico-religiosos y simbólicos, al igual que los nombres originarios o toponimias fueron cambiados en muchos lugares o -cuando menos- alterados, aunque si prevalecieron en otros como sería el caso de la cuenca del Chama. Esto también motivó la extinción masiva de pueblos aborígenes completos, ya que fue el traslado obligado de los indios nativos y habitantes de las zonas altas y frías, como la región de Niquitao, a zonas bajas y calientes como las de Monay, y viceversa; estos cambios generaban muertes masivas entre los aborígenes no preparados para esas mudanzas, pero sujetos a tuturas mientras eran “cristianados” es decir, convertidos a la Fe Católica y aprendían el Castellano; igualmente fue causa del inquilinato indígena una epidemia de viruela que azotó la zona en 1573.
Esto quiere decir que el aniquilamiento progresivo de las comunidades indígenas se inició con el encuentro entre europeos y aborígenes, pueblos no solamente con culturas diferentes, sino con niveles tecnológicos desiguales lo cual se reflejo en los encuentros armados del proceso de conquista. Estas acciones de entrega de tierras de labranza y adjudicación de grupos aborígenes para su cristianización a los nuevos pobladores, fueron las otras instituciones españolas que habiendo sido usadas desde los tiempos feudales en los reinos que integraron España, fueron trasladadas a América con los nombres de Repartimiento y Encomienda respectivamente. Son fundamentales para conocer de qué manera se inició la apropiación de la tierra y el latifundismo en los países de la América Latina. Durante los dos primeros siglos coloniales la Encomienda fue la institución reguladora de la fuerza de trabajo y la distribución de la mano de obra en las ciudades americanas. Consistía como se ha dicho, en la entrega de una comunidad o grupo de indios a un español para que les enseñe el castellano y la religión católica; los indios a su vez “pagaban” este servicio con trabajo o con el producto de su trabajo en sus propias tierras. Por eso las Encomiendas fueron llamadas de servicio o de tributo. Es importante el acercamiento a otras disciplinas como la arqueología y la etnografía, que nos aproxima a la vida sociocultural y material de los pueblos, para escudriñar los rastros que han dejado esparcidos en la geografía de nuestras montañas venezolanas: de sus viviendas, de sus utensilios, etcétera. La arqueología no sólo puede acercarnos al mundo material sino que nos puede acercar a explorar el mundo de los hábitos y las costumbres. La etnografía, nos permite, atendiendo a los estudios etnográficos históricos, rescatar una serie de hechos en el análisis de una cultura. También, el estudio de los aspectos geohistóricos antropolingüísticos permiten conocer cómo un nombre geográfico se genera y subsiste.
En efecto, la etnografía nos habla de la organización inicial comunitaria de la que surgieron las tribus e igualmente se inicio el crecimiento y desarrollo cultural de los pueblos, pues al estar cubiertas sus necesidades básicas (alimentación y vivienda inicialmente), los individuos pudieron dedicarse a otras actividades no ligadas a la producción de alimentos (caza y pesca en el caso de las tribus nómadas), como la creación de cerámica decorada para el uso doméstico, la cestería y los tejidos, también embellecidos con dibujos y colores particulares. Al mismo tiempo comienzan a crearse los factores que dan origen a una jerarquización social en el seno de las tribus. Estas características son comunes a casi todos los grupos indígenas sedentarios asentados en lo que hoy es el territorio Venezolano al momento de la llegada de los europeos.
En el caso de los Andes (cadena montañosa situados al noroeste del país) podemos señalar los datos arqueológicos recopilados por Suárez de Paredes (2001), que parecen demostrar que el sitio de la Fase Mikimú en el Estado Trujillo (también andino) presenta características comunes a una aldea cuyos habitantes se sustentaban de la pesca fluvial y tal vez de la agricultura: “A partir de los siglos IX y X comienzan a aparecer aldeas donde las viviendas estaban asociadas con silos subterráneos y con cultivos en ladera y la utilización de «andenes», o terrazas artificiales, canales de irrigación y estanques para el almacenamiento de agua”. (ibíd., p.141).
Fuente: Regiones geográficas de Venezuela (Véase: http://venciclopedia.com/?title=Regiones_geogr%C3%A1ficas_de_Venezuela Según sus costumbres y dialectos, las tierras tomaron localmente las denominaciones de las “naciones” o grupos que las ocuparon o los de sus jefes y por esto en Trujillo, muchas localidades, ríos y accidentes geográficos tienen nombres indígenas: Boconò, Tostòs, Chejende, Castàn, Musabàs; al igual que en el Estado Mérida: Chamas, Mocotíes, Motatanes, Mucujunes, etc.
En las montañas los pueblos generalmente están emplazados en pequeños valles, sus tamaños dependen de las posibilidades de explotación de las diversas áreas que lo circundan, nunca los pueblos de las montañas pueden crecer desmesuradamente, suelen estar limitados por la geografía y por las posibilidades de explotación agrícola. Para sacar provecho a las laderas de las montañas para las siembras, los cuicas construían terrazas que apuntaban con muros que también hacían de piedra y que llamaban catafos.
Estos muros son todavía fabricados y utilizados con fines semejantes por los campesinos de las zonas altas. Así como se siguen construyendo acequias para los regadíos en las regiones más áridas de las zonas altas, recogiendo el agua de las lluvias en estanques artificiales, conocimiento también heredado de los antepasados aborígenes. También, se tiene la adaptación de las viviendas indígenas a la diversidad de climas locales que van desde lo caluroso o semiárido, al frío helado de nuestros páramos, a lo largo de los pisos climáticos altoandino que atraviesan nuestra Cordillera de Mérida. Entre otras cosas, los europeos observaron la adaptación ingeniosa de los naturales a ciertas adversidades geográficas, quienes asentaban localmente sus viviendas de acuerdo a la orientación astronómica y el flujo de los vientos, utilizando la arcilla en sus paredes y fundaciones de piedras, al igual que la forma de sus viviendas para retener el calor de noche y airear o refrescar de día. Sobre la vivienda paramera o altoandina de la cuenca del Chama, los trabajos publicados sobre este tópico evidencian el papel bioclimático de estas rocas adosadas a las masas murarias de las casas (Luengo 1985; citado en Molina, 2000:20) y señalan las características generales de los emplazamientos de las viviendas que, al parecer, fueron construidas en áreas niveladas o aterrazadas y cómo éstos tenían cultivos en laderas con similares características de nivelación o terraceado, técnica prehispánica conocida en Los Andes de ocupación Inca. Iraida Vargas en sus investigaciones en el sitio San Gerónimo, cuenca del Chama, estudió arqueológicamente varios sitios en la región de Mucuchíes y aun cuando no describe rasgos arqueológicos relativos a las plantas de viviendas, siguiendo lo dicho por las observaciones etnográficas de Alfredo Jahn, ha señalado que las viviendas “…también se construían con piedras, sobre todo las bases que se llaman poyos. Estaban cubiertas con pajas u hojas de frailejón y otros materiales perecederos, tradición que subsiste entre algunos pobladores actuales que viven en zonas apartadas…” (Wagner 1980).
Además de los aspectos formales de las estructuras, algunas consideraciones se pueden hacer en cuanto a sus aspectos constructivos. En primer lugar, tenemos el material utilizado para construir la caja muraria. El mismo no fue objeto de una preparación o modificación especial, sino que se realizó una selección del material disponible en el sitio. Esta técnica es similar a la conocida como “pirka” en los Andes Centrales, usada por los Incas para la construcción de su arquitectura doméstica (Gasparini y Margolies 1977; citados en Molina, 2000) y consistía en la utilización selectiva de la piedra de recolección sin efectuar ninguna modificación de las rocas. Para Molina (Molina, 2000:29-30), “En nuestro caso de estudio, podemos observar la discriminación del material pétreo: grandes rocas para el apoyo de los tendidos de los muros; selección de las rocas para la construcción de los remates de los muros en los vanos de las puertas; rocas usadas con fines estructurales en las esquinas de los recintos.”
Fuente: Molina, 2000
Los cuicas cultivaron la papa, el maíz, el apio, el ñame, la auyama, el algodón, el ocumo y el tabaco que es de donde se produce el chimó (un producto autóctono ampliamente usado por ellos para cuando llegaron los europeos por sus elementos curativos). Producían igualmente chirimoya, piña y lechosa. Usaban la rosa a partir de la quema para la preparación de la tierra y se valían de coas o Bastón de sembrar, hecho de madera, para abrir el orificio donde echaban la semilla. El comercio o intercambio de productos entre las aldeas era constante y se desarrolló ampliamente. Las comunidades se comunicaban entre sí con rapidez y eficacia para la celebración de fiesta comunes o para el intercambio de lo que producían y no necesitaban; lo que excedía o sobraba una vez cubierta las necesidades de la comunidad. Por ejemplo, hacían intercambio con los jirahara del valle de Quibor o con los motilones de la Goajira, de tejidos o productos agrícolas, por sal o pescado. Igualmente con los aborígenes de la actual Mérida con quienes comerciaban sus cultivos por la sal de urao que usaban en la elaboración del chimó.
Entre las tribus y naciones la comunicación se efectuaba a través de caminos muy angosto que atravesaban montes y valles, algunos hechos con lajas de piedra en las partes altas de las montañas de Mérida: las trochas que aún utilizaban nuestros campesinos para cubrir asombrosas distancias en un mínimo de tiempo. Si encontraban hondonadas que pudieran impedirles el paso, se valían de tarabitas que a manera de puentes colgantes, les permitían el paso. Este instrumento también es usado aún por campesinos de las zonas altas.
Así como existía un permanente intercambio de productos entre comunidades indígenas de distintos lugares, también se intercambiaban hábitos, costumbres y expresiones del lenguaje. Por eso se creyó que Timotìes y Cuicas (pobladores aborígenes dominantes en nuestros Andes, y ligados a la civilización Inca)) hablaban las misma lengua, llamada Timoto-cuica, aunque no era así, y por la misma razón en distintos estados del País se encuentran sitios con nombres iguales o comidas de origen indígena cuya preparación apenas varía. Los caminos, en este sentido funcionaban para la ida y para la vuelta.
Referencias:
Aborígenes pre-americanos Cuicas. Trujillo. [Página Blog]. Consultada el 21 de abril de 2016 en: http://culturadelosaborigenesdecarache.blogspot.com/p/antepasados-kuikas.html
Molina, L. (2000). La vivienda aborigen altoandina (un estudio de caso). Boletín Antropológico [Boletín en línea], (48). Consultada el 09 de septiembre de 2014 en: http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/18451/1/luis_molina.pdf
Suárez de Paredes, N., y Duque, A. (2007). Legados y depositarios de la cultura de la Europa segunda en la formación del pensamiento local: el caso Tulio Febres Cordero. Pasado y Presente [Revista en línea], 12(24). Consultada el 22 de octubre de 2014 en: http://www.saber.ula.ve/dspace/bitstream/123456789/23066/1/articulo5.pdf Wagner,
Erika.1(980). La Prehistoria de Mucuchíes. Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Católica Andrés Bello. Caracas.
Comentarios
Publicar un comentario